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Viernes 03 de Abril, 2020

Reflexión para la familia en tiempos de coronavirus: La paciencia en las Tribulaciones

 


Tratado sobre la peste de San Cipriano

2.3) LA PACIENCIA EN LAS TRIBULACIONES:

“La paciencia es la que siempre tuvieron los justos, como Tobías: «Cuando tú y Sarra hacías oración, era yo Rafael el que presentaba y leía ante la Gloria de Dios el memorial de vuestras peticiones. Y lo mismo hacía cuando enterrabas a los muertos. Cuando te levantabas de la mesa sin tardanza, dejando la comida para esconder un cadáver, era yo enviado para someterte en la prueba. También ahora me ha enviado el Señor para curarte a ti y a tu nuera Sarra. Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están siempre presentes y tienen entrada a la Gloria del Señor» (Tb.12,12-15).

La lección de la paciencia la aprendieron los apóstoles de boca del Señor, y la practicaron: no murmurar en los contratiempos, llevar con ánimo y resignación cuantos reveses acontecen en el mundo; pues aquí en dónde a cada paso tropezaban los judíos, murmurando contra Dios: «Acabará con las murmuraciones, que no llegarán ya hasta Mí y así no morirán» (Nm.17, 25)… Hemos de sufrir con resignación y mansedumbre cualquier azar que nos toque en la vida, ya que: «El sacrificio a Dios es un espíritu contrito, un corazón contrito y humillado, oh Dios, no lo desprecias» (Sal 50,19). Así mismo advierte el Espíritu Santo: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y dar a conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos» (Dt.8,2). Así mismo: «Es que el Señor vuestro Dios os pone a prueba para saber si verdaderamente amáis al Señor vuestro Dios con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma» (Dt.13, 4).

De esta manera, le agradó Abraham, que no tuvo miedo de entregar a su hijo como ofrenda. Tú que no tiene valor de para ver muerto a un hijo tuyo de muerte natural, ¿qué harías si te mandasen matarlo con tus propias manos? La fe y el temor de Dios nos ponen firmes venga lo que venga.

Que pierdas tus bienes, que tengas precaria tu salud o penosas enfermedades, que haya faltado tu mujer, hijos o amigos; todas estas desgracias no deben servirte de escándalo, sino de materia para el triunfo, no deben desalentar ni aminorar tu fe de cristiano; sino hacer patente su coraje en iguales conflictos, menospreciando los males presentes con la esperanza de los bienes futuros.

Dónde no hay pelea, no hay victoria, ni dónde no hay victoria, corona. El buen piloto se conoce en la tormenta, y el buen soldado en la batalla. Un árbol hondamente arraigado por más vientos que lo envistan, no se mueve. Un navío sólidamente construido es empujado por las olas, pero no hundido. Cuando en la era se trilla el trigo, el buen grano, desprecia al viento y sólo las leves pajas se dejan llevar por su impulso.

De este modo, el apóstol san Pablo, después de habar naufragado, después de haber sido azotado y haber sufrido graves tormentos, no los llama con el nombre de tales, sino de correctivos, que cuando más le afligen, más lo ejercitan en su coraje: «Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de las revelaciones, me fue dado un aguijón de la carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo, tres veces rogué al Señor que lo alejase de mí. Pero él me dijo: Te basta mi gracia, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza… Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor.12, 7-10). Así mismo, cuando nos acomete alguna flaqueza o enfermedad, o hace estragos la mortandad, entonces es cuando la virtud se perfecciona, entonces es coronada nuestra fe, si has perseverado firme en la tentación, según aquello que haya escrito: «En el horno prueba las vasijas el alfarero, la prueba del hombre está en su razonamiento» (Ecl.27, 5).

Hay una diferencia entre nosotros y los que no tienen el conocimiento de Dios; que estos se lamentan y murmuran de las contradicciones y adversidades; más nosotros lejos de hacernos decaer en la fe y en la fortaleza, nos revisten de mayor animosidad… Todos son males que contribuyen a hacer brillar la fe. ¡Qué grandeza de ánimo luchar impertérrito contra tantos ataques de devastación! ¡Que superioridad del alma mantenernos firmes y derechos entre tantas ruinas del linaje humano sin caer en tierra, tras aquellos que no tiene esperanza en Dios? ¡Cuánto debemos alegrarnos y aprovecharnos de la ocasión que se nos presenta de recibir el premio de la mano de Cristo Jesús, si varonilmente hacemos alarde de nuestra fe!, ¡sí nos enderezamos a Él por los estrechos caminos que Él mismo siguió, y son los de la tolerancia y aflicción!...

Tema morir el que de la muerte temporal pasará a la muerte sin acabar, el que saliendo de este mundo será atormentado con un fuego eternal… Esta mortandad es una epidemia para los que no tiene fe, enemigos de Jesús, pero para los siervos de Dios, es saludable partida hacia la eternidad. Si los justos mueren al igual que los injustos por tener la misma naturaleza, no es porque la muerte de unos y de los otros sea la misma. Aquellos muriendo son llevados al lugar del refrigerio; esos otros arrebatados al lugar de las llamas…

El temor de ser herido afervora a los tibios, mueve a los débiles, despierta a los perezosos, hace volver a los fugitivos, obliga a creer a los paganos, convida con el descanso a los fieles ya veteranos; infunde valor a los novatos; pues no hay que dudar que pelearen intrépidos y con desprecio de la muerte en el campo de batalla los que con recelo de la misma peste se habían alistado con las banderas de Jesucristo. Pues, ¿qué diré carísimos hermanos sobre lo ventajoso e importante es el caso que esta mortandad y plaga funesta que enfrentamos, ponga a prueba la virtud de cada uno y descubra a fondo los corazones humanos? Para que los sanos presten auxilio a los enfermos, los familiares se amen verdaderamente, los amos se complazcan de sus siervos, los avarientos apaguen su insaciable codicia, que los soberbios, por miedo a la muerte, bajen la cerviz, si los malvados moderan sus insolencias, si los ricos se hacen más dadivosos? Resultará ventajoso el contagio para aquellos cristianos, siervos de Dios ha anhelar con esta ocasión el deseo del martirio y aprender a no temer la muerte frente a la peste que les amenaza. Ella no tiene nada de funesta, más bien nos excita y fortalece maravillosamente en nuestras almas, que por despreciar la vida, nos dispone a recibir la corona”.

PARA CONVERSAR EN FAMILIA:

  • ¿Ves en el combate de las dificultades, la posibilidad que Cristo triunfe en ti?

  • ¿Descubres cómo la paciencia todo lo alcanza?

  • ¿Destaca al menos tres aspectos positivos de la cuarentena en tu familia?




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