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Las voces que perduran
Seguimos viviendo con alegría nuestro 70° aniversario y queremos presentarles una nueva editorial que emana de la pluma de alguien muy especial para nuestra comunidad: Manena Barros, una integrante que ha sido parte de nuestra parroquia durante más de 50 años.
En su relato, Manena comparte en primera persona la historia de nuestra casa de oración, su comunidad musical, los distintos grupos de formación y voluntariado, entre otras instancias.
Cada semana, estas editoriales conmemorativas nos brindarán la oportunidad de reflexionar sobre nuestro pasado, apreciar nuestro presente y mirar con esperanza hacia el futuro.
Lee el testimonio completo de Manena a continuación:
El año 1965 llegué a esta Parroquia con 27 años, 9 de matrimonio con Enrique Straub y cinco hijos (nuestro hijo José Andrés ya estaba con el Señor y después nació nuestra séptima hija Anita María).
Antes de llegar nosotros, participaba acá mi hermano Miguel, músico, que tenía un famoso coro de matrimonios y había sido compañero de Seminario del padre Ignacio Ortúzar y amigo cercano suyo. Miguel había compuesto la Misa de la Inmaculada Concepción y había formado un coro polifónico que ensayaba con él y cantaba los domingos en la Misa Parroquial. Se instalaba con su órgano portátil en la capilla lateral. En ese coro participaban, entre otros, Óscar Hahn y el padre del actual senador Coloma junto a sus cónyuges. Mis hermanas y yo solíamos cantar en ese coro. Cuando se disolvió ese grupo, “las Barros” estuvimos un tiempo cantando en la Misa dominical, lo que hicimos intermitentemente a lo largo de más de cuarenta años.
El padre Juan Bagá, un excelente colaborador del padre Ignacio, celebraba la Eucaristía en el Salón del Colegio Parroquial. Asistíamos unas quince personas y compartíamos la homilía después del Evangelio.
Tres de mis hermanas y yo colaboramos con “la Filito” –-Filomena Jorquera, esposa del Sacristán Mario Cáceres (QEPD)- y que dirigía muy bien al grupo ‘Pastoral de Empleadas de Casa Particular’, como les gustaba que las llamáramos. Les enseñábamos cantos con guitarra y compartimos con ellas algunos talleres de formación. Ellas cantaban en la Misa dominical de las 09:00 horas, celebrada por el padre Juan Bagá y acolitada por Enrique.
En ese entonces no había un Consejo Parroquial, sino varias personas colaborábamos con don Ignacio en diferentes actividades que él nos pedía, así como en las asambleas parroquiales. A una de esas asambleas llegaron Sergio Barayón y María Inés, y nos tocó estar en el mismo grupo de trabajo. Al terminar el encuentro, refiriéndose a Sergio, Enrique me comentó: “Este cabro me gusta; tiene las cosas claras”. Tiempo después, ‘este cabro’ comenzó su formación para el diaconado, y más tarde tuvimos la alegría de asistir a su ordenación en la Catedral de Santiago.
Mi trabajo con el padre Eddie Mercieca SJ en el CIDE (Centro de Investigación y Desarrollo de la Educación) y mi formación como profesora de Filosofía, me capacitaron para preparar y dar talleres de formación. Al mismo tiempo, el hecho de trabajar con el padre Carlos Aldunate SJ y participar en varios de los talleres que él creó, me preparó para dar esos talleres en la Parroquia: Ejercicios Espirituales de San Ignacio, Transformación Espiritual y Psicológica, Comiendo con Jesús, Mi muerte, decisión de vida, etc. Por varios años continué dando los Ejercicios de San Ignacio.
El año 1993, Enrique y yo comenzamos a hacer un Diplomado en Teología para Laicos en la Universidad Católica, que resultó un aporte importante a los talleres que daba yo, por ejemplo, el Taller para Ministros Extraordinarios de la Comunión, y los que comenzó a dar Enrique, del cual destaco especialmente el dedicado al Concilio Vaticano II.
Don Ignacio estimaba mucho a Enrique. En julio de 2004, Enrique y yo, que todos los años hacíamos los Ejercicios Espirituales con el padre Carlos Aldunate SJ, fuimos a un encuentro en Córdoba, Argentina. Asistíamos chilenos y argentinos formados por este sacerdote. Enrique había sido diagnosticado de insuficiencia cardíaca y la segunda noche se quedó en el sueño luego de recibir la unción de los enfermos de manos del padre Carlos. Pudimos repatriarlo, de modo que dos días después don Ignacio presidió la Misa concelebrada por doce sacerdotes en la Parroquia. Esta tenía una publicación, En Camino, donde don Ignacio escribió, en los dos números siguientes, refiriéndose a Enrique como un “cristiano ejemplar”.
Con la llegada del padre Eduardo Howard hubo muchos cambios. Eduardo fue muy gentil con don Ignacio: cuando este quiso desocuparle la oficina, Eduardo le dijo que continuara ocupándola. Esperó hasta cuando don Ignacio se fue a vivir con una hermana, donde varias veces mis hermanas y yo lo acompañamos con cantos en la celebración de la Eucaristía.
Entonces comenzaron los cambios: organización y modernización de los espacios -secretarías, salas de reuniones y más tarde los velatorios-, construcción de la casa para los sacerdotes, (el padre Eduardo vivía con tres “Sub 90”, como los llamaba) y la formación del Consejo Parroquial, al cual fui invitada a formar parte, a cargo de la Pastoral de Formación.
En ese tiempo, mucha gente respondía a la invitación a los diferentes talleres.
Durante algunos años, a sugerencia del padre Eduardo, algunas personas fuimos a evangelizar en Santiago 1, donde participé con dos de mis hermanas y dos amigas. Paralelamente, otro día de la semana iba Josefina Tobar, quien continúa yendo hasta hoy.
A partir de la recomendación de Vaticano II de que los laicos leyéramos la Biblia, se incentivó el conocimiento y práctica de la Lectio Divina. Vino de Colombia el padre Oñoro a dar lecciones sobre el tema para los sacerdotes y religiosas en la mañana, y en la tarde, para laicos. En esa ocasión participamos de ese taller M. Isabel González, M. Angélica Depassier y yo. Más tarde tomamos contacto con el Movimiento Apostólico Manquehue, quienes vinieron a dar un taller y años después, vinieron otros del mismo movimiento a darlo nuevamente.
Luego de impartir el Taller de Transformación Espiritual y Psicológica, varias participantes quisieron continuar su formación y así se formó el Taller de Lectio Divina “Espíritu Santo”. Al año siguiente ocurrió algo similar: al terminar el Taller Comiendo con Jesús, se formó un segundo Taller de Lectio Divina: “El Cenáculo”. Nos reuníamos los lunes y los miércoles respectivamente.
Durante el Año de la Misericordia, el padre Andrés Ariztía, capellán de la Fundación Las Rosas, le pidió al padre Eduardo que enviara algunos voluntarios los miércoles a la hora de almuerzo, para ayudar a algunas personas incapaces de comer por su cuenta. Por esta razón, ambas comunidades de Lectio Divina comenzaron a reunirse los lunes -en la Comunidad “Espíritu Santo Cenáculo” -donde nos reunimos hasta hoy- y varias comenzamos a acompañar a padre Eduardo a la Fundación Las Rosas los días miércoles.
A la llegada del padre Javier ya había renunciado al Consejo Parroquial en atención a mi edad y a la cantidad de años que llevaba en él. Con motivo de la pandemia, el padre Javier me pidió hacer, con el apoyo técnico de la Parroquia y de mi hija Paulette, una invitación abierta a un taller de Lectio Divina vía Zoom, el que se hizo los años 2020 y 2021. El año 2022, al regresar a las reuniones presenciales de la comunidad “Espíritu Santo Cenáculo” hicimos las reuniones en modalidad mixta: reunidas en la Parroquia y conectadas virtualmente con otras participantes.
Desde hace algunos meses, he apoyado pastoralmente a las Empleadas de Casa Particular, los días domingo después de almuerzo. Desde que se inauguró la Capilla de Adoración, participo semanalmente en ella.
Doy gracias al Señor por todo lo recibido durante tantos años en esta Parroquia y le pido que siga siendo una luz para comuna de Vitacura.
Av Vitacura 3729, Vitacura, Región Metropolitana
Teléfono: 22 208 1730
E-mail: secretariapinmaculada@iglesia.cl