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¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna
Después de escuchar la enseñanza de Jesús, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”
Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo:
“¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes?
El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve.
Las palabras que les dije son Espíritu y Vida.
Pero hay entre ustedes algunos que no creen”.
En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
Y agregó: “Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”.
Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarlo.
Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”
Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
Palabra del Señor
Te invitamos a reflexionar junto a las palabras de Fray Vito Gómez García O.P. del Convento de Santo Tomás, Sevilla, España:
Somos seres libres y, a la vez, condicionados por la elección del recorrido de una senda, única, en definitiva, para llegar al término. Existe un solo camino, aunque sean múltiples los modos de recorrerlo. Es de libre elección y se opta a recorrerlo personalmente. Es verdad que para llegar a ello se precisa de un buen uso de las posibilidades recibidas, pero también de la ayuda de los semejantes, especialmente de los más allegados, a comenzar por la familia.
La fe es necesaria para el crecimiento en comunidad porque, de otro modo, sufriría todo nuestro ser. Pero esta virtud no es únicamente un valor humano, sino que se necesita de la fe sobrenatural, sin la cual no llegaríamos nunca a vivir la realidad misteriosa de la salvación. Hoy se recuerda que esta fe parte de Dios, pero hay que corresponderla: «Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».
En el Evangelio, multitudes que participaron en el milagro de la multiplicación panes, acudieron presurosos al encuentro de Jesús dispuesto a predicar abiertamente acerca de cuanto preanunciaba semejante signo. El gentío y hasta muchos de sus discípulos quedaron desconcertados y murmuraban: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Les había dicho que el pan de Dios es el mismo Jesucristo que se encarna y da la vida al mundo. Por si todavía albergaban alguna duda, aclaró: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».
Pero Jesús siguió adelante: el Hijo de Dios, hecho verdaderamente hombre, subirá adonde estaba antes. Mientras tanto, se les invitaba a recibir sus palabras que contienen espíritu y vida. La crudeza del mensaje alejó de él a muchos, sin descontar a discípulos hasta entonces. Tanto fue así, que Jesús dirigió una pregunta a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Quien hasta entonces se veía rodeado de multitudes le quedaban ante sí unos pocos.
No resulta difícil imaginarse la escena y hasta el tono con que el Señor formuló su pregunta. Es el interrogante de Jesús que se repite a lo largo de la civilización cristiana, todavía en la actualidad. Se ha de aceptar que son millones los cristianos a quienes les resulta dura la plena enseñanza del Maestro. Pero él jamás la rebajó. Mostro, por el contrario, que es la única que lleva a la gloria de la resurrección. Simón Pedro mostró cuál ha de ser nuestra respuesta: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».
Las palabras de vida eterna se resumen en el amor, en reciprocidad al que Dios nos tiene y en el que tenemos por modelo a Jesucristo. San Pablo lo aplica en el fragmento de la carta a los Efesios a los esposos entre sí y elige modelo el amor que Cristo profesa a su Iglesia.
Cuál puede ser la razón de la diversidad entre las palabras de Jesús: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» y las que pronunciaban las multitudes que murmuraban por la doctrina que les predicaba Jesús: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». ¿Puede ser nuestra respuesta la del apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? ¿Tú tienes palabras de vida eterna»? ¿Nos interroga el presente de muchos cristianos por lo que se refiere a la vivencia de la Eucaristía?
Revisa la reflexión completa AQUÍ.
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