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Domingo 08 de Septiembre, 2024

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 7, 31-37

 


Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos. Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua. Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo:

“Efatá”, que significa: “Ábrete”. Y en seguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: “Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.

Palabra del Señor

 

A continuación, te invitamos a meditar la Palabra con la guía de Fray Javier Garzón Garzón, del Convento Santo Tomás de Aquino, 'El Olivar', Madrid.

En la tierra de los diferentes, recuperar el don del encuentro

Así empieza el texto del evangelio de Marcos: situando a Jesús en la frontera, fuera del espacio “religioso” de Israel. En la Decápolis no hay, aparentemente, sitio para Dios. Sin embargo, el evangelista deja claro que Jesús se mueve en los márgenes de lo religioso, donde hay otras mentalidades… Pero también están las mismas necesidades, igual sed de vida, dignidad y trascendencia. En estas Decápolis nuestras de lo diverso hay hermanos, no enemigos. Esa es la actitud para moverse entre los diferentes: todos nos podemos enriquecer si dejamos de lado prejuicios y sospechas. Jesús, el Maestro de los encuentros, nos enseña a acoger sin juzgar, a acercarnos, a tocar, a hacer procesos de fraternidad, a sentirnos vecinos que se necesitan y se ayudan. El trato humano es signo de Evangelio y premisa privilegiada de evangelización.

Renovar el regalo del bautismo

Todo el relato de Marcos parece evocar este sacramento con el que iniciamos nuestra fe. También nosotros, en el espacio de la no-fe (la tierra extranjera) hemos sido conducidos por otros a Jesús, y a Él nos han llevado para sentirlo “a solas”, cara a cara. Jesús nos ha tocado, permitiéndonos escuchar su Palabra en intimidad y haciéndonos testigos de ella con nuestros labios. Él nos ha “abierto” al Evangelio, y nos ha dado -como al protagonista del texto- la capacidad de ser criaturas nuevas que siguen sus pasos, en pie y con una vida plena, que no pueden callar la gloria de Dios. ¡Esta es nuestra propia historia! Volver a la Eucaristía es renovarla en profundidad y con sentido, haciéndonos conscientes de que somos creyentes en un proceso inacabado y siempre nuevo, en el que Dios es protagonista y nosotros responsables de vivirlo con seriedad.

Escuchar y hablar se dan la mano

Hay cristianos sordos: son aquellos que repiten en su interior “lo de siempre”, lo que aprendieron y que va perdiendo la fuerza del Espíritu. Cerraron sus oídos y a veces se tienen por expertos en la Palabra, sin sentir que Jesús les sigue llamando en lo nuevo. Viven ensimismados y en continua autorreferencialidad… Y hay cristianos mudos: que por miedo o por falta de confianza, o porque nunca se sienten preparados, jamás han pronunciado el nombre de Jesús a otros, ni han contado su experiencia de salvación; cumplen, rezan, viven los mandamientos y leen la Biblia: pero renuncian a ser testigos… La fe tiene ese doble dinamismo que la nutre: estamos abiertos a Dios en su Palabra y en los signos de los tiempos, pero a la vez hablamos, con los labios y las obras, de lo que el Señor hace en nosotros. ¡Lo uno lleva a lo otro!

¿Somos conscientes de la grandeza del bautismo y de la fe que profesamos? ¿Somos personas de fraternidad y esperanza, de encuentros sanadores y sin prejuicios? ¿Sabemos acompasar la fe recibida con el testimonio que damos?

Fuente: Dominicos.org




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