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Domingo 08 de Diciembre, 2024

+ Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 1, 26-38

 


«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.

El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».

El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».

María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Y el ángel se retiró.

 

Te invitamos a reflexionar el Evangelio de hoy, Solemnidad de la Inmaculada Concepción, con Fray César Valero Bajo, del Convento del Rosario, Madrid.

 

En este tiempo de incertidumbres de diversa índole, en nuestro caminar como creyentes cristianos por la liturgia del Adviento hacia la Natividad del Señor, celebramos hoy la gran solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

Quizás porque lo que acontece en el Misterio de Dios sea algo así como el devenir de un continuo e ininterrumpido presente, cuanto nosotros captamos en el tiempo esté en íntima conexión con los acontecimientos salvíficos acaecidos y protagonizados por el Señor Jesucristo, Hijo de Dios, nacido de María, Virgen; y Señor y Salvador nuestro; todo ello tan densamente expresado por San Pablo en su carta a los cristianos de Filipenses, que hoy se nos ofrece como segunda lectura.

Es a esta luz de los misterios de la Encarnación y Redención del Señor Jesucristo a la que podríamos contemplar, agradecer y vivir esta hermosa solemnidad de la Concepción Inmaculada de María, Virgen y Madre de Dios.

Contemplar la belleza de quien está, por don del Eterno Padre, libre de toda acechanza del Mal, incluyendo el momento mismo de su concepción.

Una canción tradicional a la Virgen María lo expresa con sencillez y hondura admirables: “Que más pura que tú sólo Dios”.

Agradecer esta belleza sin par: En María se nos permite entrever el plan original de Dios al crear al ser humano, truncado por la caída de Eva y Adán, que nos recuerda hoy la primera lectura del libro del Génesis (3, 9-16.20).

Contrasta con esta rebeldía al plan de Dios la admirable y plena docilidad de María a la propuesta del Ángel que nos narra San Lucas en el texto evangélico (1, 26-38). Por este “SÍ”, que inicia la obra redentora, María es plenitud de luz, de belleza, de consonancia sin fisuras con el proyecto de Dios; y razón, más que sobrada, para que hoy, y siempre, nuestra gratitud sea el punto de partida en toda nuestra relación con el Misterio Divino; pues no en vano somos, hemos de ser, “alabanza de su gloria” (Ef 1, 12 y Sal 97 -responsorial de hoy-).

Por todo lo comentado, la figura, y todo el ser de la Virgen María, nos invita hoy a vivir y testimoniar este proyecto de esperanza y de lucha contra el mal: En la meta de nuestro caminar está la Gloria del Resucitado, garantía y fuente de sentido que plenifica nuestros anhelos más profundos. Esta Inmaculada Concepción de María, y la victoria de su Hijo sobre todo mal, vienen a reforzarnos, una vez más, en el acertado anuncio de uno de nuestros himnos litúrgicos: “Peregrinos, en esperanza caminamos; que si arduos son nuestros caminos, sabemos bien a donde vamos”.

Y junto a la firme esperanza, el renovado compromiso de nuestra lucha contra el mal.

Hace unas semanas, con motivo de los resultados de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, y sus repercusiones a nivel europeo y mundial, el Presidente de Grecia ofrecía un pensamiento, referido a Europa, que nos puede ser muy provechoso.  “Europa, apuntaba, no puede cambiar el mundo, pero sí puede cambiarse a sí misma en este mundo cambiante”.

Es un buen programa para nuestra tarea personal de vigilancia, de conversión, de lucha contra el mal. No podremos cambiar el mundo, pero sí podemos cambiar nuestro espacio vital llenándolo de la esperanza y del amor que nos vienen del plan de Dios para toda la humanidad.

María, desde su Inmaculada Concepción, nos invita a estar atentos y a cambiar en nosotros mismos todas nuestras propensiones al mal: Envidias, celos, juicios, adicciones, desprecio y manipulación y extorsión a la vida del ser humano, distorsión de la verdad, connivencia con la injusticia, aparición de sutiles nuevas formas de esclavitud, generación de violencias y divisiones, increíbles guerras implacablemente destructivas, relativismos que nos confunden en la valoración de la realidad que nos rodea y de lo que nos constituye como humanos... y un largo etcétera que podríamos seguir enumerando. En cada lucha y en cada victoria contra el mal en sus variadas manifestaciones seguimos aplastando la cabeza de la astuta y maligna  serpiente. Conscientes de que para que el mall progrese basta con que las personas de bien no hagamos nada por detenerlo.

Vueltos nuestros ojos y corazón a nuestra Madre Inmaculada, nos dejamos interrogar por Ella: ¿Qué mal debo acometer en mí mismo, en mi entorno familiar, social, laboral o estudiantil?

¿Qué signos de esperanza puedo y debo ofrecer para garantizar a quienes cruzan por mi vida, que pese a todo, mañana será un día mejor; y el último mañana será plenitud de Vida y Amor?




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