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¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme?
María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
“¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor**”**.
Palabra del Señor
Compartimos a continuación, la meditación de Fray Francisco Collantes Iglesias O.P., del Convento de Santo Tomás de Aquino, Sevilla, España.
Estamos terminando nuestro camino del Adviento. Una nueva oportunidad para seguir creciendo en la alegría y la esperanza.
De la mano de la palabra de Dios salen a nuestro encuentro algunos personajes claves en la historia de la salvación. Una historia en la que se pone de manifiesto cómo Dios cuenta siempre con los más pequeños y humildes para hacerse presente a la humanidad. También tenemos que hacernos conscientes del papel relevante que ocupa la figura de la mujer en los planes de Dios.
De un lado aparece Isabel, mujer de Zacarías. Ella, estéril y de edad avanzada. De otro María, joven y virgen. De ambas el Evangelio nos narra una experiencia extraordinaria: van a ser madres. Tanto en María como en Isabel se da una intervención especial de Dios. Un Dios para quien no hay nada imposible y que cumple todas sus promesas.
Para María la fe se traduce en disponibilidad. Ella experimenta que en sus entrañas se hace realidad el milagro de la vida y se pone en camino. Su propósito, tremendamente humano, es ayudar a su prima Isabel ante el inminente nacimiento de su hijo, al que pondrán por nombre Juan.
Para Isabel la fe se traduce en capacidad de acogida agradecida. Le sorprende y agrada la presencia de María. La proclama dichosa por haber creído a Dios y reconoce la grandeza de María, por ser la madre de su Señor.
Las dos mujeres son conscientes de la acción del Espíritu Santo en lo más íntimo de sus entrañas. El encuentro les produce una profunda alegría, que se explica no solo por el cariño que provocan los lazos de la carne y de la sangre, sino por la experiencia compartida de la fe. El Espíritu les une en una especial complicidad, que se pone de manifiesto en los saltos de alegría del hijo de Isabel en su vientre, al experimentar la cercanía del Enmanuel, del Dios con nosotros. El Espíritu es el motor del gozo y la esperanza de estas dos mujeres protagonistas indiscutibles de la historia de la salvación, que se pone de manifiesto en este texto del Evangelio de Lucas.
Al saludo de María, Isabel responde con una doble bendición. La primera sobre María, la elegida de Dios para ser madre del Salvador. La segunda sobre el fruto de su vientre, Jesús, en quien se cumplen todas las promesas. El pastor que trae la paz, del que habla el profeta Miqueas y que viene a hacer la voluntad de Dios, como recuerda la Carta a los Hebreos.
Son mujeres en estado de buena esperanza. Esperan un hijo cada una de ellas. Se unen en las dos la alegría, la acción de gracias, la bendición y la esperanza.
Para nosotros, los creyentes, también la fe, acogida con un corazón agradecido, como un gran don de Dios, tiene que traducirse, siguiendo el ejemplo de María, en capacidad de salir al encuentro del otro en actitud de servicio.
En tiempo de Adviento los cristianos estamos llamados a vivir la alegría y la acción de gracias ante un Dios que, en el misterio de la Encarnación, hace realidad el cumplimiento de sus promesas. Cada uno de nosotros está invitado a vivir en estado de buena esperanza y a dar a luz a Jesucristo, haciéndole presente en nuestro mundo de hoy con nuestra forma de ser y de actuar.
Ahora nos preguntamos:
¿Es la fe el mejor regalo y tesoro de mi vida? ¿La acojo con un corazón agradecido a Dios? ¿Soy una persona capaz de ser sensible a las necesidades de los otros? ¿Fomento en mi vida la actitud de servicio? ¿Salgo de mi mismo, de mis cosas y de mis seguridades, para encontrarme con los demás? ¿Soy una persona abierta al Espíritu y en estado constante de buena esperanza? ¿En medio de las dificultades de nuestro mundo de hoy, creo que Jesús sigue siendo buena noticia y fuente de vida y alegría?
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