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Jesús fue bautizado y, mientras estaba orando, se abrió el cielo
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan Bautista no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo:
“Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.
Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.
Palabra de Dios
Te invitamos a profundizar con Fray Pedro Juan Alonso, del Convento de San Pedro Mártir, Madrid, España:
El bautismo de Jesús nos ayuda a conmemorar nuestro bautismo, a revitalizarle, sobrepasando el rito con una vida humana, entregada y de servicio, porque rompiéndose el cielo se ha desvelado él y nos ha revelado a nosotros que somos hijos amados y predilectos de Dios; hemos sido ungidos, señalados por Dios, habilitados por las bendiciones de cielo, aunque algunos que se dicen cristianos lo sienten como una carga de leyes impuestas que les ha complicado la vida y no lo ven como un don para amar y servir a los demás; otros hacen más hincapié en ser buenos que en hacer el bien, dedicándose a la dimensión personal del bautismo, rebajando de la dimensión social.
Se nos ha dado la capacidad de ser hijos de Dios para poder amar, querer, sentir, ser justos, como hijos del Padre. Esta habilitación siendo para siempre desde nuestro bautismo, se va desarrollando y actualizando en cada momento en las realidades concretas con que nos encontramos. Y se nos encarga la misma misión de Jesús, con sus mismos métodos: hacer justicia y que brillen los derechos creacionales en todo viviente, respetando, valorando, porque cuando cacareamos los éxitos, nos sentimos fuertes, dominadores y superiores, no somos misioneros como Jesús.
Bautizados en el Espíritu de Dios, tantas veces hemos sido rebautizados en las aguas de nuestro mundo: increencia, superficialidad, estética, eficacia, consumo, egoísmo, competencia, placer, …, el progreso, la técnica, “lo digital”, creyendo que son salvadores y que dan sentido a nuestras vidas, pero nos han sumergido en la sumisión, la desilusión, la desesperanza, deshumanizándonos y dejándonos con las manos vacías.
Es hora de hacer realidad la expresión de Juan: “Yo soy el que necesita que me bautices, ¿y tú vienes a mi?” Necesitamos el encuentro constante y permanente con Jesús, que nos ayude a optar por la interioridad, descubriendo lo que nos habita y anima; que nos ayude a confesar que hemos sido bautizados en Cristo, nuestro único Salvador a pesar de que las dificultades culturales y sociales como la satisfacción, el éxito, el tener, el bienestar hayan desplazado la salvación de Cristo para el otro mundo. Estamos en el jubileo de la esperanza, a penas estrenado. La esperanza en la Promesa de Jesús es más importante que aquellas promesas que vemos y se nos meten por los ojos como salvadoras, sin serlo. Ser hijos de Dios nos da alas para vivir, sentir y pensar con otro sentido y otra fuerza que hemos recibido del cielo roto, porque Dios nos ama, está con nosotros y no podemos dejarnos llevar por el sentimiento alimentado por nuestros gustos e inspiraciones a ras de tierra.
Nuestra tarea es pasar del bautismo como rito al bautismo de la vida: ya no hay barreras entre lo divino y lo humano, por tanto, la vida y la misión cristianas son las de Jesús. Bautizados con su Espíritu formamos un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes (unción crismal), ofreciéndonos, dando sentido, proponiéndole con nuestra vida y reinando en la historia que vivimos.
¿Eres consciente del don recibido en el bautismo para hacer el bien y no solo para ser bueno? ¿Te parece que te han impuesto una carga?
¿Has dado el paso del bautismo con agua al bautismo en el Espíritu, del rito a una vida humana, con alas para vivir en libertad de la Promesa, no las promesas?
Con el cielo roto, ¿te sientes amado y preferido por Dios para realizar la misión que asume Jesús del profeta avivando la esperanza, sin pisotear, ni imponer, sino acompañando y ayudando en las dificultades y crisis a de los de tu entorno?
Fuente: dominicos.org
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