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Testimonio de misioneros en el barrio
Salir a anunciar el Evangelio hoy, es todo un desafío. Pero, la experiencia de 15 personas que misionaron en el barrio el sábado 25 de enero es realmente alentadora.
Consagrándose al Señor mediante la oración, “sin bolsa ni dinero, sin billetera, celular, ni almuerzo, poniéndonos totalmente a disposición del Señor”, Pablo Salas y otro joven del mismo nombre, salieron a recorrer las plazas y calles con el propósito de compartir la Palabra de Dios con quienes desearan recibirla.
En su caminar, ambos tuvieron un encuentro que dejó una huella profunda en su misión.
“Nos encontramos con una joven que tenía entre 30 y 40 años. Le deseamos la paz del Señor y nos sentamos con ella en el pasto de una plaza”, relató Pablo Salas.
La mujer, de origen peruano, les contó que trabajaba cuidando niños en una casa y que llevaba dos años en Chile sin conocer a nadie con quien conversar.
Pronto, el diálogo tomó un giro inesperado. “Al poco rato de hablar con ella, rompió a llorar amargamente”, recordó.
La joven compartió con los misioneros su lucha contra la soledad y la depresión, que se manifestaba en días buenos y días muy malos.
“Ese día era uno de los días malos y había ido a esa plaza solo para ver si alguien se le acercaba para conversar”, confesó la mujer.
Fue entonces cuando Pablo y su compañero le anunciaron el mensaje central de su misión. “Le dijimos que existía un Dios que la amaba profundamente como era, que junto a él no existía la soledad, sino que era la mejor de las compañías y que, para este Dios, ella era la ‘niña de sus ojos’”.
Antes de despedirse, los tres oraron juntos, dando gracias al Señor por ese encuentro providencial.
“La mujer partió feliz por saberse amada y acompañada del Señor”, dijo Pablo, emocionado por la experiencia.
Este fue solo uno de los muchos testimonios que marcaron la jornada.
Para los misioneros, la vivencia reafirmó que la misión no es obra propia, sino del mismo Dios.
“Quienes fuimos somos testigos de que es el Señor quien lleva la misión, él va abriendo los corazones de las personas para habitar en ellos, de la misma forma como lo hace con cada uno de nosotros”, concluyó Pablo.
Así esta misión se convirtió en un signo vivo de que Dios sigue saliendo al encuentro de sus hijos, tocando corazones y recordando a cada persona que no está sola, sino profundamente amada.
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