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Domingo 20 de Octubre, 2024

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 35-45

 


El Hijo del hombre vino para dar su vida en rescate por una multitud.

Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir”.

Él les respondió: “¿Qué quieren que haga por ustedes?”

Ellos le dijeron: “Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”.

Jesús les dijo: “No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que Yo beberé y recibir el bautismo que Yo recibiré?”

“Podemos”, le respondieron.

Entonces Jesús agregó: “Ustedes beberán el cáliz que Yo beberé y recibirán el mismo bautismo que Yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados”.

Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos. Jesús los llamó y les dijo: “Ustedes saben que aquéllos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos.

Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud”.

Palabra de Dios

 

A continuación, compartimos contigo la reflexión de Fray Vito Gómez García O.P. del Convento de Santo Tomás, Sevilla, España.

En el Evangelio según san Marcos (Mc 10, 35-45) se comprueba cómo también los apóstoles pensaban muy diversamente que Isaías acerca de las peculiaridades del Mesías. Siguieron un tiempo a Jesús como quien acompaña a un personaje con poderes especiales, como quien, llegado el momento, podía establecer un reino, incluso con una clase preferente, al estilo de los reinos del mundo, aunque llegaron a darse cuenta de que el reinado de Jesús iba a ser algo distinto. Los hermanos Santiago y Juan anhelaban, con todo, un puesto eminente.

De cara a los suplicantes y, en definitiva, a los apóstoles reunidos, aclaró que, para la glorificación de los seres humanos, es obligado recorrer un trayecto común a todos: el de aceptar la vida como un servicio, sin tiranizar a nadie, buscando lo mejor para los demás, desviviéndose en la búsqueda del bien pleno, sin pugnar por los primeros puestos y, mucho menos, para obrar sin moralidad alguna. En el reino de Cristo, ya iniciado en este recorrido terreno, todos y a porfía han de considerarse como ayudantes de los demás, en definitiva, cual «esclavos de cada uno».

Hay una razón muy poderosa para lanzarse a semejante meta: la humanidad nueva que comienza con la encarnación del Hijo de Dios ha de configurarse desde el ejemplar supremo que es Jesús, nuestra cabeza: no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por todos. Lo hizo por medio de un cáliz cuyo contenido bebió y un bautismo con el que quiso soberanamente bautizarse: su pasión, muerte y resurrección. Se sumergió en el bautismo de la muerte y se alzó victorioso para la nueva vida que nos ganó.

Jesús es el sumo sacerdote que ha atravesado el cielo para franquearnos aquella puerta que nos habíamos voluntariamente cerrado. Pide que en esta peregrinación nos mantengamos firmes en la fe. En cualquier circunstancia se compadece y vuelca su misericordia hacia nosotros; sabe que somos débiles, ha pasado por lo nuestro, menos por el pecado; nos da su gracia y auxilio oportuno, quiere vernos confiados caminando hacia el trono de gloria que nos tiene preparado.

Fuente: Dominicos.org




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