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Viernes 25 de Octubre, 2024

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 10, 46-52

 


Maestro, que yo pueda ver.

Cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud, el hijo de Timeo -Bartimeo, un mendigo ciego- estaba sentado junto al camino. Al enterarse de que pasaba Jesús, el Nazareno, se puso a gritar: “¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí!” Muchos lo reprendían para que se callara, pero él gritaba más fuerte: “¡Hijo de David, ten piedad de mí!”

Jesús se detuvo y dijo: “Llámenlo”.

Entonces llamaron al ciego y le dijeron: “¡Ánimo, levántate! Él te llama**”**.

Y el ciego, arrojando su manto, se puso de pie de un salto y fue hacia Él. Jesús le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?”

Él le respondió: “Maestro, que yo pueda ver”.

Jesús le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino.

Palabra del Señor

Sigue profundizando en el Evangelio de este domingo con la guía de Fray Fernando Serrano Pérez del Convento Nuestra Señora de las Caldas

La escena del Evangelio de este domingo se encuadra en la subida de Jesús a Jerusalén, la ciudad santa, a la que tienden los profetas para coronar su misión. Ha estado enseñando, curando, compartiendo con sus paisanos de Galilea; sale de Cafarnaúm, acompañado de discípulos y seguidores, camino de Jerusalén. Llegan al oasis Jericó, ciudad de las palmeras a orillas del Jordán, separada de Jerusalén a 25 Km de desierto. Al entrar en la ciudad, al borde del camino, Bar Timeo, un mendigo ciego, con su manto extendido por el suelo para recoger limosnas de los viandantes, al enterarse, que la razón del alboroto de la multitud se debía a la presencia de Jesús, sobreponiéndose al griterío de la gente y desoyendo las amonestaciones de los acompañantes, a voz en grito reclama la atención de Jesús: “Hijo de David, ten compasión de mí”

Jesús, que siempre está pendiente de quien lo pueda necesitar, le manda llamar y, al enterarse de ello, Bartimeo da tres pasos que le van a cambiar la vida: suelta el manto, seguramente con algunas monedas que le habrían echado, que le estorba para estar más ligero, da un salto, posiblemente con riesgo (no olvidemos que es ciego) y se acerca a Jesús.

La fe ciega (y nunca mejor dicho) de Bartimeo en Jesús le pone en movimiento, le urge a responsabilizarse lo que sea necesario con las consecuencias de su fe y le impone su seguimiento en el camino a Jerusalén.

Y a nosotros, ¿nos moviliza?, ¿nos implica?

Nos llamamos cristianos y lo somos... incluso “practicantes”: cumplimos ¿o no? con las normas que hemos recibido en nuestra educación cristiana. Hemos participado en los sacramentos y sin duda lo seguimos haciendo. Nos consideramos y nos llamamos “cristianos religiosos”, Pero, ¿eso es ser seguidor de Jesús?, ¿era Jesús un “hombre religioso”?

Nuestro Bartimeo se saltó a la torera la creencia de su culpabilidad en la ceguera que tenía, reclama la compasión de Jesús, con una fe inquebrantable en Él, se ve feliz al sentirse llamado y toma la firme decisión de seguirle (recordemos que Jesús va camino a Jerusalén).

¿Percibimos nosotros en Jesús un compañero de camino? Porque si Dios se hace uno de nosotros es porque quiere acompañar nuestro caminar, sentir nuestros desmayos, fracasos y debilidades, enfrentar con nosotros nuestros retos y proyectos, disfrutar con nuestros triunfos y conquistas, sufrir nuestro dolores y desgarros... ¡va a Jerusalén nuestro camino!

Creer en Jesús ciegamente es adherirse a Él con la certeza de que tiene respuestas para nuestras vidas. No podemos quedarnos en la apatía de una vida ya acabada, sin nuevos alicientes, como si ya hubiéramos hecho cuanto podíamos hacer. El Papa nos pone en guardia contra lo que él llama “acedia”.

Somos un proyecto de Dios con vocación de estar haciéndose día a día y, si hemos optado, como Bartimeo, seguir a Jesús, siempre será un proyecto inacabado, en continuo dinamismo.

La misión que nos queda, como una continua tarea, es vigilar nuestra fidelidad al mandato de Jesús: proclamar que el Reino de Dios está ya aquí,. Tan sólo tenemos que actualizarlo en nuestro vivir cotidiano.

Fuente: Dominicos.org




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