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Miercoles 30 de Octubre, 2024

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 28b-34

 


Amarás al Señor, tu Dios. Amarás a tu prójimo

Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: ¿Cuál es el primero de los mandamientos?

Jesús respondió: “El primero es: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más grande que éstos”.

El escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, va le más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”.

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo:

“Tú no estás lejos del Reino de Dios”.

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

 

Palabra del Señor

 

A continuación, te invitamos a reflexionar el Evangelio de este domingo con la meditación de Fray José Luis Ruiz Aznarez, Convento de Predicadores Cardenal Xavierre, Zaragoza.

Amar a Dios, amar al prójimo.

La respuesta de Jesús al letrado, añade el amor al prójimo. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18)”

Hagamos memoria, traigamos a nuestro mente y a nuestro corazón  lo que Juan dice en su primera carta: “Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; pues si no ama al hermano suyo a quien ve, no puede amar a Dios a quién no ve.”(4,20).

El planteamiento, por tanto, del evangelio es más amplio, más vital, tener presente a Dios y tener presente al prójimo. Esta presencia es riqueza y gracia cuando se traduce en unas relaciones desde la gratuidad, la gratitud, el servicio y la aceptación, todo esto son signos y manifestaciones de amor.

La respuesta de Jesús al letrado es, por tanto,  todo posibilidad, llamados a ir más allá desde nuestra condición humana. La importancia de amar a Dios y amar al prójimo  es la misma. Nuestra relación con Dios se resuelve en nuestra relación con los demás, con los que convivimos, con los que buscamos y hacemos la vida.

Volvemos a las palabra de Juan. A Dios no lo vemos y sí vemos a nuestro prójimo, amando a quién vemos y conocemos podemos saber, sentir, afirmar que amamos a Dios.

¿A qué Dios amamos?

Una cuestión importante:  si nos limitamos a decir y pensar que nuestro objetivo, nuestro compromiso, es amar a Dios y nos olvidamos de los demás tenemos que preguntarnos: ¿a qué Dios amamos? A un Dios que me da seguridad, me protege, “me saca las castañas del fuego”, me da la razón,  y/o  cuando las cosas no salen como uno pretende la culpa es de Dios que se ha olvidado de mí.

Podríamos pensar que amar a Dios, olvidándose de los demás, es caer en el error de crearse un dios a nuestra medida, a nuestra conveniencia, un dios a imagen y semejanza de uno mismo. Más todavía, un dios al que le decimos lo que tiene que hacer, a quién ha de premiar y a quién ha de castigar. Este no es el Dios de Jesucristo, no es Dios Padre (Abba) en el que descansaba, confiaba Jesús de Nazaret. No es el Dios que llama a nuestra puerta que ocupa nuestro corazón  (otra cosa es que le hagamos caso, que queramos reconocerlo). Más, desde la realidad humana que se hace cada día, que puede crecer…  sabemos y distinguimos lo que es el bien y lo que es el mal. Experimentamos momentos, situaciones, encuentros, que podemos definir como amor.  Y es amor siempre cuando nos interesamos por el bien de lo que amamos, cuando aceptamos a cada cual como es… El amor es contemplación, miremos con limpieza, dejemos lo  que “me gustaría” y lo que “debería”, contemplemos y miremos con amor lo que “es”.

Fuente: Dominicos.org




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