Tweet |
|
Amarás al Señor, tu Dios. Amarás a tu prójimo
Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: “¿Cuál es el primero de los mandamientos?”
Jesús respondió: “El primero es: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas”. El segundo es: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No hay otro mandamiento más grande que éstos”.
El escriba le dijo: “Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que Él, y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, va le más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”.
Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo:
“Tú no estás lejos del Reino de Dios”.
Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
Palabra del Señor
A continuación, te invitamos a reflexionar el Evangelio de este domingo con la meditación de Fray José Luis Ruiz Aznarez, Convento de Predicadores Cardenal Xavierre, Zaragoza.
Amar a Dios, amar al prójimo.
La respuesta de Jesús al letrado, añade el amor al prójimo. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18)”
Hagamos memoria, traigamos a nuestro mente y a nuestro corazón lo que Juan dice en su primera carta: “Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; pues si no ama al hermano suyo a quien ve, no puede amar a Dios a quién no ve.”(4,20).
El planteamiento, por tanto, del evangelio es más amplio, más vital, tener presente a Dios y tener presente al prójimo. Esta presencia es riqueza y gracia cuando se traduce en unas relaciones desde la gratuidad, la gratitud, el servicio y la aceptación, todo esto son signos y manifestaciones de amor.
La respuesta de Jesús al letrado es, por tanto, todo posibilidad, llamados a ir más allá desde nuestra condición humana. La importancia de amar a Dios y amar al prójimo es la misma. Nuestra relación con Dios se resuelve en nuestra relación con los demás, con los que convivimos, con los que buscamos y hacemos la vida.
Volvemos a las palabra de Juan. A Dios no lo vemos y sí vemos a nuestro prójimo, amando a quién vemos y conocemos podemos saber, sentir, afirmar que amamos a Dios.
¿A qué Dios amamos?
Una cuestión importante: si nos limitamos a decir y pensar que nuestro objetivo, nuestro compromiso, es amar a Dios y nos olvidamos de los demás tenemos que preguntarnos: ¿a qué Dios amamos? A un Dios que me da seguridad, me protege, “me saca las castañas del fuego”, me da la razón, y/o cuando las cosas no salen como uno pretende la culpa es de Dios que se ha olvidado de mí.
Podríamos pensar que amar a Dios, olvidándose de los demás, es caer en el error de crearse un dios a nuestra medida, a nuestra conveniencia, un dios a imagen y semejanza de uno mismo. Más todavía, un dios al que le decimos lo que tiene que hacer, a quién ha de premiar y a quién ha de castigar. Este no es el Dios de Jesucristo, no es Dios Padre (Abba) en el que descansaba, confiaba Jesús de Nazaret. No es el Dios que llama a nuestra puerta que ocupa nuestro corazón (otra cosa es que le hagamos caso, que queramos reconocerlo). Más, desde la realidad humana que se hace cada día, que puede crecer… sabemos y distinguimos lo que es el bien y lo que es el mal. Experimentamos momentos, situaciones, encuentros, que podemos definir como amor. Y es amor siempre cuando nos interesamos por el bien de lo que amamos, cuando aceptamos a cada cual como es… El amor es contemplación, miremos con limpieza, dejemos lo que “me gustaría” y lo que “debería”, contemplemos y miremos con amor lo que “es”.
Fuente: Dominicos.org
Av Vitacura 3729, Vitacura, Región Metropolitana
Teléfono: 22 208 1730
E-mail: secretariapinmaculada@iglesia.cl