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Congregará a sus elegidos, desde los cuatro puntos cardinales.
Jesús dijo a sus discípulos:
En aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna dejará de brillar, las estrellas caerán del cielo y los astros se conmoverán. Y se verá al Hijo del hombre venir sobre las nubes, lleno de poder y de gloria. Y Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte.
Aprendan esta comparación, tomada de la higuera: cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano. Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el fin está cerca, a la puerta.
Les aseguro que no pasará esta generación, sin que suceda todo esto. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. En cuanto a ese día y a la hora, nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, nadie sino el Padre.
Palabra del Señor
Compartimos una reflexión del Evangelio de Fray Carmelo Preciado Medrano O.P., Convento de San Pablo y San Gregorio, Valladolid, España.
Todos los años, al final del año litúrgico, nos encontramos con el discurso escatológico de Jesús, y del cual es necesario reflexionar sobre su sentido, que no es para anunciar una serie de desgracias y situaciones negativas, que sí pueden ocurrir, sino para resaltar que, ocurra sobre lo que ocurra, la victoria de Jesucristo sobre el mal es lo que se nos presenta y anuncia.
Ya los primeros cristianos de Roma, para quien San Marcos había escrito este evangelio, vislumbraban en su horizonte grandes pruebas o momentos que iban a vivir. En primer lugar, el recuerdo de la muerte de Jesús, que supuso un cierto hundimiento de sus esperanzas, aunque se sintiesen fortalecidos con el anuncio de su resurrección. En segundo lugar, tenían una dura prueba en las persecuciones que inició el emperador Nerón (años 64-67) y en las que murieron Pedro y Pablo. Y, en tercer lugar, la destrucción de Jerusalén por los romanos, en el año 70, que hará desaparecer todo vestigio de la relación de encuentro del pueblo judío con Dios, durante muchos siglos.
Estos momentos difíciles que se acercaban ya lo habían sido años atrás como lo recuerda la primera lectura, que amenazaban con borrar todo signo de identidad del pueblo elegido. Y el libro de Daniel quiere hacer frente a esas duras realidades que tenía que vivir el pueblo elegido manteniendo firme su esperanza… Y Jesús se sirve de este estilo apocalíptico para afirmar la esperanza de los elegidos a pesar de las desgracias que realmente suceden.
Jesús, precisamente, anuncia que todas las catástrofes tenían que suceder en el devenir de la historia pero que eran signo de la acción de Dios para salvar a su pueblo… “se levantará Miguel… y salvará a su pueblo”.
Así nos lo anuncia en su evangelio San Marcos, que quiere llegar a todas las gentes como Buena Nueva de salvación para aquellos “que se encuentran en las tinieblas”.
No debemos sacar consecuencias atemorizadoras sobre el fin del mundo, ni pensar en persecuciones a la fe, aunque haya momentos difíciles en algunos lugares… quizás nos sirvan para purificar nuestra fe y tomar precauciones en nuestras comunidades cristianas. Debemos percibir la actitud salvadora y protectora de Jesús que nos acompaña en todo momento, con una llamada a la fidelidad en esas circunstancias en sí complicadas.
No olvidemos que los primeros cristianos también fueron llamados a la fidelidad en tiempos difíciles y que nosotros también estamos llamados a vivir en esa fidelidad. Y la plenitud llegará, pero será cuando el Padre Dios lo quiera.
Y nosotros, pues no debemos aguardar a que ese momento final de la vida llegue para arreglar “nuestras cosas” con Dios, ni hemos de pensar que en un instante vamos a realizar lo que no hemos sido capaces de hacer durante toda la vida. Nuestro último destino dependerá, en gran medida, de cómo hayamos vivido todos y cada uno de los momentos de nuestra existencia.
Al final del relato de la creación, Dios “vio todo lo que había hecho, y era muy bueno” (Gn 1,31). Tal vez lo que tendríamos que hacer, sería dejarnos de especulaciones sobre cómo será el más allá y tomar la responsabilidad que nos toca en la marcha del más acá, porque es aquí donde tenemos que desarrollar nuestra actividad para contribuir a hacer un mundo más bueno y humano, empezando por ser cada uno un poco más humano cada día.
“El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” nos dice al final el evangelio, porque sólo Dios permanece para siempre y él es el que da sentido a la existencia humana.
Después de leer y orar estas lecturas ¿es Dios el refugio de mi vida en los momentos difíciles, como nos sugiere el salmo responsorial y como lo fue para los primeros cristianos? Con el versículo del aleluya ¿me siento confiado al revisar mi vida, para presentarme ante Dios?
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