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Jueves 25 de Febrero, 2016

Padre Hugo Peña y Lillo, un sacerdote enamorado de su magisterio

 


A sus 88 años, ama su vocación como nunca y está seguro de que el camino que Dios escogió para él, es el suyo. En estas líneas nos cuenta su vida y su historia.

Nació un 21 de diciembre de 1927, es el hijo mayor de 4 hermanos. Su padre fue profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica, además de tener un puesto importante en el Ministerio de Educación durante 30 años desempeñándose como Jefe de Ramos Humanísticos.

Su madre, por otro lado, fue concertista en piano, razón por la cual él cree que nace su amor por la música clásica. Ama a autores como Chopin, Schubert y Schumann. La Radio Beethoven la escucha desde siempre.

La música siempre ha sido uno de sus grandes amores y es por eso que colecciona casetes grabados por él mismo desde la radio. Cuenta que tiene más de 700 y que los escucha en un equipo que le regalaron hace un tiempo.

Además goza pintando. En su oficina cuelgan varios cuadros de óleo que él mismo dibujó y pintó observando la naturaleza. Hoy además se dedica a pintar libros ilustrados con lápices de colores.

Su vocación sacerdotal nació desde pequeño e incluso, como nos cuenta, desde antes de nacer. Su madre antes de conocer a su padre, le habría prometido a Dios que su primer hijo sería sacerdote y por otro lado, su padre habría hecho la misma promesa, antes de conocer a su madre. Detalle no menor, que él cuenta y recuerda con mucho cariño. “Nunca he escuchado una vocación sacerdotal que nazca desde ese tipo de promesas”, cuenta el Padre.  Dice que también fue muy inspirado por el trabajo del párroco Rafael Ciutiño Cueto, de la Parroquia San Bruno en Ñuñoa, a la cual frecuentaba y en la que participaba activamente.

Ahora bien, no entró al seminario a muy temprana edad, sino que estudió dos años Derecho en la Universidad Católica, luego de estudiar toda la enseñanza media en el Liceo de Aplicación N° 3 de Hombres, lugar en el cuál nació su amor por el fútbol, deporte que practicaba todos los recreos y que sigue amando mucho. Le gusta mucho el equipo de la Universidad Católica, su casa de estudios por dos años.

Cuando habla de su vocación se le alegra mucho el rostro y explica: “uno compara el trabajo del ministerio sacerdotal con otras carreras y empieza a pensar. Todo sacerdote tiene que ser un médico, un médico de las almas. Uno llega mucho más a fondo que un médico o un siquiatra por ejemplo, uno se mete en la médula misma del alma de la persona. Luego lo comparaba con ingeniería. Todo sacerdote debe construir puentes que unan a Dios con los hombres, debe reconciliar a las personas que están separadas, desunidas, acercar a los hombres a los sacramentos. Construir puentes espirituales. Un sacerdote, tiene que ser un jardinero, que hace brotar todas las virtudes de la gente, sobre todo la violeta que es la humildad, aprender de las técnicas de las virtudes y así enseñarlas. Y así con cada una de las otras profesiones las iba comparando y me iba convenciendo, hasta que me convencí”.

Entró entonces al Seminario Pontificio. De sus años en el Seminario tiene mil recuerdos, pero sobre todo se llevó en el corazón a varios sacerdotes que para él fueron un ejemplo de entrega, generosidad y de mucha sabiduría: Su director Espiritual, el Padre Enrique Alvear y Enrique Correa Álvarez, a quien cariñosamente le llama “Huaso Correa”; el Padre Ismael Errázuriz y el Padre Emilio Tagle, quienes llegaron a ser obispos; y dos compañeros que recuerda con mucho cariño, Jorge Medina, con quien además fue coetáneo en la Universidad Católica y Pedro Caro, quien le ayudaba como traductor de latín en el Seminario.

Se ordenó sacerdote el día 22 de septiembre de 1956, junto con 11 sacerdotes más. Fueron 4 diocesanos, 4 franciscanos y 4 mercedarios. De ese día tiene muchos recuerdos, pero por encima de todas las cosas, se acuerda con mucha nostalgia de la acción de gracias con el canto del Te Deum: “íbamos los 12 caminando por en medio de la catedral cantando. Un momento maravilloso. Muy bonito”.  

Su primera misa también la recuerda con mucho cariño. Fue en el colegio de su hermana, quien es religiosa de la Institución Teresiana, el día 30 de septiembre de 1956, el día del cumpleaños de su madre. “Uno es el protagonista, no es el obispo, es uno ¡y es muy emocionante!”.

Luego comenzó su larga vida parroquial en la que ha recorrido 18 parroquias. Afirma, que nunca va a olvidar su primera experiencia en la Parroquia del Buen Pastor en Macul. Tiene además bellísimos recuerdos de sus años en Cartagena, San José de Maipo y Til Til. La última parroquia en la que estuvo antes de llegar a La Inmaculada Concepción de Vitacura, fue San Pedro de Las Condes, tiempos que atesora profundamente en su corazón.

Hoy ya lleva 9 años en la Parroquia Inmaculada Concepción de Vitacura y se siente feliz. De hecho, recuerda un episodio muy gracioso antes de llegar: “En ese entonces, el obispo Jorge Hourton cuando supo que me iba a venir a esta parroquia, me dijo: ´Te felicito porque te vas a la Inmaculada Concepción’, por qué le dije yo, y me dijo: ‘porque te vas a una parroquia medicinal´.  Y es cierto, es una parroquia que hace bien. Otra vez, el Cardenal Ezzatti le dijo al Padre Eduardo, nuestro párroco, ‘¿cómo está tu convento?´ y es que es así. Es un pequeño convento en el cual los sacerdotes que ya estamos viejos vivimos una vida muy de amigos. Además el contacto con la gente lo va rejuveneciendo a uno. Soy muy feliz aquí”.

 

Su vida de fe y su visión de la Iglesia en el mundo y en Chile

El Padre Hugo es un hombre que se apasiona al hablar de la fe. Es un enamorado de Dios y se nota.

Siente que el día más importante en la vida de todo católico, es el día del bautismo: “porque en vez de ser una criatura de Dios, uno pasa a ser hijo de Dios y eso te cambia todo el panorama. Ser un hijo de Dios es muy distinto, te entrega un rol distinto en el mundo”.

Es profundamente devoto de Luisa Piccaretta, beata italiana a quien admira mucho por su legado. Ella sufrió de una extraña enfermedad que la dejó postrada en su cama desde muy pequeña. Pero en sus años de dolor, escribió mucho sobre la voluntad de Dios. “He aprendido mucho de ella y de su forma de ver este tema. Para mí el entender cómo hacer la voluntad de Dios, tal como lo dice el Padre Nuestro ‘Hágase tu Voluntad así en la Tierra como en el cielo’, es la síntesis de la fe. Intento explicarlo así y siento que a la gente le entrega mucha paz”.

Al hablar de los Papas que le ha tocado conocer durante toda su vida, dice que todos han sido maravillosos en su forma, pero que admira profundamente a Pablo VI: “por su ubicación frente a los problemas modernos actuales, frente al mundo.”. Además para Francisco sólo tiene buenas palabras y afirma que “ha llevado a la práctica el acercamiento con los más pobres, la humildad, congeniar con las personas que son distintas a él, en fin, es un Papa muy cercano”.

Sobre el Año de la Misericordia señala que es un tiempo para acercarnos al Padre a través de Jesús: “nos va a ayudar mucho para tener una imagen real de Jesús, o sea una imagen real de Dios. La gente se imagina a Dios de una manera muy lejana. La imagen de Dios la vamos a ver en Jesús. ¿Cómo conocer la misericordia que Dios Padre tiene con nosotros? Hay que ver la misericordia que nos muestra el evangelio a través de la vida de Jesús. La misericordia es el otro nombre del amor. ¿Y qué es el amor? El amor verdadero es el que Jesús nos tiene. ‘Amaos unos a los otros como yo los he amado’. Además hablar de la misericordia, es hablar también de la Justicia de Dios, de dar a cada uno lo suyo, que no sólo es castigar, sino y mucho más, es premiar y Dios premia mucho lo que le parece justo.”

Cuando le preguntamos sobre su visión de la Iglesia Católica en el país, es muy crítico y práctico a la vez: “le falta lo que le falta a muchas instituciones del país: credibilidad. Ahora bien, si se ha perdido, hay que volver a recuperarla, volver a ser nuevamente genuinos en el actuar y reparar el daño. Cuando hay un terremoto hay que reparar las casas que se cayeron, no sólo lamentarse. La Iglesia Católica tiene que reparar, todos somos parte de la misma Iglesia y hay que reparar el daño de otros. Y, ¿cómo se repara? porque reconocer las faltas y pedir perdón no basta, las palabras mueven, pero son los ejemplos los que arrastran. Entonces así pues, con el ejemplo. Y además y muy importante, con la oración, que es la herramienta que nos hace parar las murallas que han caído”.

 




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